Fue un día a la hora del ocaso, cuando la vida me puso la
miel en los labios, y yo, como si fuera un diminuto insecto, la probé.
Seguí su rastro hacia la cruel trampa y vi ese ansiado
deseo.
Estaba frente a mí, el sabor me atraía, haciéndose más
intenso, crecía el deseo, las ansías de poseer ese bello sueño.
Nos acercamos, nos hicimos uno, como las dos caras opuestas
de un imán, solo la corriente fluía entre nosotros, sin ver que se hacía de
noche y la trampa se cerraba.
La luna hizo su aparición, haciendo desaparecer mi sueño,
transformando la presencia en ausencia, la miel en veneno y el deseo en
necesidad.
No volví a ver brillar la luz en el ocaso, pues mis ojos,
fueron cegados por la luz lunar de mi sueño des-soñado.
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