Era un día claro, la arena fina y blanca acariciaba mi piel y el sol golpeaba en mi cara, haciendo que saliera de mi sueño.
Paso mi mano por la frente, entre abro los ojos y noto algunos granos de arena en la frente. Me siento poniendo mi espalda encorvada hacia adelante y observo a mi alrededor.
El rumor de las olas se oye cercano, en la arena estaba marcada mi silueta y sentía todo mi cuerpo relajado, era agradable un despertar así. Recojo mis piernas abrazando las rodillas y miro hacia el mar, mientras que, por mi mente se pasaban imágenes dispersas sobre un sueño que no paraba de repetirse en mi mente. Un caballo blanco alado.
Aunque lo llevaba repitiendo varias noches, no conseguía recordarlo con claridad. No obstante, era un sueño que me transmitía paz, siempre me dejaba el cuerpo con esta sensación de serenidad, aunque fuese un sueño, era cálido.
Las horas estaban pasando, pero, yo permanecía inmóvil en la arena. El olor del mar era hipnótico, el sol comenzaba a nublarse y por mi mente no paraba de dibujarse la misma imagen del caballo blanco volando.
No sé el motivo, pero de pronto, sentí la necesidad de dibujarlo en la arena. Miré a uno y otro lado, y al no encontrar ningún otro utensilio, utilicé mi propio dedo como herramienta de dibujo.
Mientras lo estaba dibujando, el tiempo parecía relentizarse. Las olas iban cada vez más despacio, comenzaban a ser un rumor lejano, la luz del sol se iba apagando y me alejaba del sitio como si una manta brillante blanca me estuviera cubriendo. ¿Estaría soñando otra vez?
Me puse en pie dejando el dibujo de Pegaso al lado de mi pie derecho. De pronto, el suelo empezó a temblar, una luz salía del dibujo en la arena, yo miraba hacia todos lados inquieto hasta que el temblor hizo ceder mis pies poniendome en el suelo sobre mi trasero mientras la luz apenas me dejaba tener los ojos entreabiertos, y, al cabo de unos segundos, todo habia pasado.
Por fin pude abrir los ojos, y justo donde estaba el dibujo ahora se encontraba mi caballo blanco alado. Sus alas estaban recogidas a sus lados. El caballo relinchaba queriendose comunicar conmigo, no de forma agresiva, si no como un pequeño cántico llamandome para ponerme en pie.
Incitado por el caballo me puse en pie, acerqué mi mano a sus crines y estas parecían incluso desacerse como gotas de agua de lo suaves que eran. El caballo se acercaba a mi, posaba su alargada cara contra mi mano y se quedaba mirandome a los ojos.
Sus ojos, grandes, azúles, brillantes. Entonces lo comprendí, quería que subiera en su lomo. Cómo si tuvieramos en ese instante telepatía, el se puso de costado, desplegó sus alas y se hizo hacia abajo. Yo, algo tímido, me aventuré y con cuidado me subí en su lomo, recostandome sobre el poniendo una pierna a cada lado tras sus alas y abrazandome a su cuello.
El caballo volvió a relinchar, tomo carrerilla agitando las alas con algo de fuerza mientras corría sobre el aire, elevandose hacia las nubes en las que parecia desaparecer, fusionando blanco con blanco.
Lo recuerdo como si fuera ayer, ese precioso sueño, que se repetía en mi mente una y otra vez. Ese sueño, que se hizo realidad durante un instante, por el que pienso, que todos los sueños se hacen realidad. Que la magia, está donde uno quiere que esté.
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