jueves, 24 de octubre de 2013

Miedo Congelado. Capítulo 1.

Nos encontramos en el año 1999 el 31 de diciembre, cuando el mundo teóricamente va a llegar a su fin, pero, eso es solo a los ojos de unos pocos supersticiosos  para mi, es solo el principio de un nuevo fin.

La noche se presentaba oscura y brillante, iluminada estaba la calle solo por farolas y luces de los coches de algunos fiesteros que salen en busca de un lugar donde poder coger un buen "pedo", como se le dice argot.

De pronto observamos como en una casa se reúnen cuatro familias que tienen cada una un niño de unos tres anitos  los cuales jugaban con peluches sin tener la más mínima idea de las supersticiones que normalmente se acumulaban y anunciaban en la televisión con el objetivo de "entretener".

Estos niños son Cristal Edwars, Perco Ray, Alma Caro y Vent Xan. Todos ellos jugaban y cantaban, mientras que sus padres, mantenían una conversación vacía y sin sentido  cada uno intentando mantener su mascara de "normalidad", presumiendo de su forma de vida, nivel social y supuesta felicidad.

De repente se oye como todo tiembla, después de tomarse las uvas, pero ninguno hace caso; "No puede ser el fin del mundo, además nosotros no somos como esos locos supersticiosos". Sus pensamientos parecían resonar en todo el cuarto mientras los temblores se hacen cada vez más fuertes, las luces tiemblan y todos deciden salir a la calle para observar que sucede. En esa manzana todo quedaba tembloroso, en el cielo una rafaga de luz parece atravesarlo iluminando la noche, se trataba un pequeño meteorito, digo pequeño porque empezó a desintegrarse en su contacto con la atmósfera hasta quedar igual de grande que una pelota de golf, que acabó colándose por el techo en la misma casa donde se encontraban los niños.

Los padres ahora  preocupados, alarmados por primera vez por sus hijos, que empiezan a correr, pero una honda expansiva los empuja hacia atrás, lanzandolos sobre sus carisimos trajes de etiqueta que llevaban. Se levantaron lo más rápido que pudieron, tenían que asegurarse de que sus hijos estaban bien, después de todo, eran de su propiedad y tenían que cuidar los de alguna forma, como habían hecho estos tres años atrás.

Llegaron a la casa, pero solo se oyó el grito de una de las madres, un chillido agudo capaz de taladrar la mente de cualquiera, en su cara se reflejaba el miedo, y uno por uno todos pusieron un gesto parecido, reflejo de terror, cuando al entrar no los encontraron.

Buscaban por todos sitios, pero, no cambió el resultado de la búsqueda. Las mujeres daban el paso de comenzar a dejar caer las lágrimas por sus maquilladas mejillas cuando, un nuevo fogonazo de luz inundo la casa. 

Se comenzaron a oir las pequeñas e inocentes risitas de los niños otra vez en la casa, ninguno sabía lo que había pasado, se miraban aun incrédulos, pero no cruzaban ninguna palabra. 
Se acercaron a sus hijos y los cogieron comprobando para si mismos que estaban ahí, que en verdad, no eran proyecto de su imaginación... y así era, ellos estaban ahí, eran de carne y hueso, pero, en verdad... Algo había cambiado.

Pasaron los años, y cada familia, no se había vuelto a cruzar con la anterior, cada familia... pasaba por su propia desdicha, unas más marcadas que otras, una más triste que la anterior... Vamos a conocerlas.

Después de diez años encontramos a la familia Edwars, cuyos progenitores Emma y Ted tenían un alto nivel social, invitados siempre a las fiestas y eventos sociales más importantes a los que, por mantener su fachada les era imposible faltar. 
Su hija desde que tenía cinco años era cuidada por su primo Samuel quien tenía nueve años más.

Samuel era un chico de apariencia noble, siempre serio, bastante maduro para su edad, de cabellos largos y rizados rubio ceniza, y unos ojos azules en los que podrías perderte, educado y responsable, el chico perfecto, de suficiente confianza para cuidar de Cristal, o al menos eso parecía.

La primera vez que cuidó de Cristal fue, como hemos visto antes, a los cinco años. Ella era una niña inocente, rubia como su madre, de pelo largo y ondulado, ojos color miel y siempre abrazada a su osito de peluche azul. 

La noche del incidente transcurría con normalidad, Cristal jugaba con las piezas lego que le habían regalado esas navidades mientras, Samuel veía la televisión cuando de pronto salió una escena de sexo, ¿raro no?, como había pocos anuncios de intensión sexual en la tele... Ese anunció llamó demasiado la atención de este chico, quien, en medio de su adolescencia hormonada, logró excitarlo.

En un principio el no tenía problemas con el sexo, ya había empezado a masturbarse con regularidad, ya había tenido algunos roces con compañeras de clase, pero... en esta ocasión le apetecía algo más, probar algo nuevo.

Miró a su primita en el suelo, inocente, y agena a todo lo que pasaba por la mente de su primo mayor, se negó a si mismo, no estaba tan enfermo. Pero, entre que pensaba eso, se acercaba a su primita poniendole la mano por el hombro, le acariciaba el cuello con la yema de los dedos y humeaba por su cabeza notando un olor dulce... nuevo. 

Desde aquél entonces Cristal no podía tener ningún tipo de relación, pasó a estar en un estado de shock en el que apenas pronunciaba palabra y por lo que los padres no parecían mostrar ningún tipo de interés ya que era educado y todo el mundo les elogiaba por ello.

En su cara solo se dibujaba una expresión de seriedad y ausencia, internamente tampoco tenía inocencia, no tenía virtud... Comenzaba a estar vacía, fría. 

En las navidades de 2009, los padres de Cristal tenían un nuevo evento al que ir, otra vez el canguro, ella esperaba sin separarse de su osito azul, a que llegara él, tenía miedo, pero su expresión no cambiaba, permanecía inmóvil sentada en un sillón mientras miraba la televisión y vigilaba la puerta por el rabillo del ojo.

De pronto, sonó el timbre y Cristal mostrando parte de su temor se agarro con más fuerza al brazo de su peluche, giró la cabeza y miró hacia la puerta cuando esta se abría y dejaba paso a un Samuel, más alto, más fuerte, más terrorifico.

Aquel chico cuya presencia sola hacia estremecerse internamente todo el cuerpo de la joven Cristal, intentaba hablar, intentaba pedir que no le dejaran con él, pero su boca no acompañaba sus pensamientos, ni si quiera para despedirse de sus padres cuando estos salieron y dejaron dentro a aquel joven que tanto desagradaba a su hija.

Desde aquel incidente, había visto muchas veces a su primo, y siempre acababa de la misma forma, pero, no se podía acostumbrar a esa sensación, de líquido, viscosidad, y calor que tanto le asqueaba, y esa misma, seguramente tampoco sería distinta.

-Va siendo hora de nuestro pequeño ritual secreto -comentaba con su tono socarrón mientras que se acercaba a Cristal y ella solo se dejaba hacer cerrando con cuidado sus ojos. Él comenzó a desnudarla, mientras ella simplemente se ausentaba de si misma.

Esa noche Samuel estaba algo morboso, cogió la mano de Cristal que sujetaba al osito y se lo quitó de esta, no sabía por qué, pero la sensación le excitaba más, mordió en la cabeza mientras la pequeña fijaba la vista en el y rompió el oso. 

Cristal abrió los ojos como platos, estaba incrédula, ese osito había sido suyo desde aquella noche de 1999, era su amigo, era quien tenía todos sus sentimientos. De pronto abrió los labios, sonó un fuerte grito mientras clavaba las uñas en el pecho de su primo, tenía mucha ira, estaba completamente segura de que no quería más, los ojos miel se tornaban blancos, no tenía apenas pupilas, estaban entrecerrados y comenzaban a emitir luz propia.

En la calle sonaban truenos y la lluvia empezó a caer. Sonó otro grito, más masculino y más atronador, Samuel gritaba sin parar en el interior de la casa, se alejaba de su prima que ahora estaba de pie en la cama y este se tiraba a un lado huyendo de ella, la cara se le desfiguraba, comenzaba a sentir demasiado frío, su cuerpo se congelaba por momentos, se estaba quedando inmóvil... todo desaparecía y se volvía negro a su vista, cuando, en la casa solo quedaba una estatua de hielo que se parecía a él.

Cristal se acercó a esa nueva estatua, puso la mano en la cabeza y la separó de su cuerpo entrecerrando los ojos, notando como todo el hielo se hacía en pequeñas esquirlas hasta desaparecer, sin dejar nada ahí, solo una pequeña, sin osito y con una sonrisa maliciosa y cruel.

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